lunes, 1 de abril de 2013

El tarro de leche

Cuando pasaba por la calle siempre me encontraba con dos hermanitos, uno mayor y otro el pequeño, un tanto  desgreñados, pillos con una sonrisita de conejo, vivarachos, jugadores de fútbol de pelota de trapo, desmandado, pero siempre sonriendo, alegres.
Eran tiempos de guerra. La ciudad estaba, en algunas partes, en ruinas. Estaban  cerradas las escuelas. Escombros y suciedad por el suelo, amontonada la basura, humeante, aún, los edificios destruidos por los bombardeos de los aviones enemigos.. Los varones de 40 años debían alistarse para ser destacados al campo de batalla. La cancha de fútbol de la escuela parecía un  paisaje lunar. De pronto sonó la sirena avisando la proximidad de aviones  a punto de lanzar us bombas mortíferas. Había que correr hacia las zanjas profudas del campo y, sacar del bolsillo, un pedazo de madera, sujetarlo con los dientes, y dejarse caer dentro de ellas. De no ser así, la onda expansiva de los artefactos podrían romperte los tímpanos. Caos, espanto, terror. Pasado el bombardeo la sirena anunciaba que el peligro había desaparecido. Episodios de de terror, de sobresalto, de  Tiempos, de miseria, de temor, sobresaltos…y hambre, mucha hambre  que corroía el estómago  gritando por la boca del estómago un mendrugo de pan. No había nada. Los niños iban a buscar en los basurales buscando algo con que “matar” (nunca mejor dicho) el hambre.

Los dos hermanitos, como otros niños, rebuscaban entre los desperdicios y bolsas de la basura por si encontraban algo que comer.  En eso, encontraron casualmente un tarro de leche intacto. No estaba vacío. Tenía leche. Saltaron de alegría ante el hallazgo, corrieron detrás de unos matorrales y sentados abriendo la lata con una piedra esperaban disfrutar de la leche cremosa. –Hermanito, le dijo el mayor  a su hermano pequeño, vamos por partes. Tu tomas un sorbo de la leche  ¡sólo un sorbo! Y me pasas el tarro y yo haré otra tanto. Y así uno yo, uno tú, uno yo, uno a ti hasta que el tarro quedó vacío. El pequeño se relamía los labios satisfecho y su hermano le decía: ¡Qué bien! ¡Hemos bebido leche!. Se abrazaron felices…el pequeño nunca se dio cuenta que su hermano mayor simulaba tomar la leche pero no probó ni una gota. Lo que hacía era cerrar la boca, Cerraba la boca simulando que bebía y relamiéndose los labios después, dejando el tarro de leche toda para su hermanito. Se levantaron y abrazados se fueron alejando uno con el estómago satisfecho y el otro lleno de amor y aprecio a su hermano. Dios, desde el cielo sonreiría la acción maravillosa y escondida del hermano mayor y ángeles bailarían  de puro contento. Así es el amor: darse en obras de cariño.