miércoles, 6 de julio de 2011

Guillermo Tell

Era un patriota suizo. Vivía en las afueras de la ciudad condal gobernada por el despótico Gessler, gobernador del cantón de Uri. Era un experto cazador. Nunca fallaba. La flecha iba rauda y segura al objeto deseado. Gessler, soberbio, mandó colocar su gorro en lo alto de un poste que había en medio de la plaza pública y obligó que, todos los que pasaban por allí, se inclinaran reverentemente ante el gorro, de lo contrario serían castigados.
Un día pasó por la plaza Guillermo Tell. Miró de reojo el gorro sobre el poste y, despectivamente, siguió caminando sin mirarlo siquiera. No pasaron muchos minutos sin que  el gobernador fuera informado del desaire de Tell. Gessler se puso lívido de cólera. Le tenía a Tell una enorme envidia por sus dotes de buen cazador que dejaban en ridículo las que él poseía. La envidia es el mal endémico que corroe el espíritu y haced añicos todas las ilusiones y quereres más nobles. Capturaron a Tell y a su hijo al que amarraron en el poste de la plaza colocando encima de la cabeza una manzana. Tell, si tan buena puntería tenía, debía alcanzar la manzana puesta sobre la cabeza de su hijo menor. Si erraba el tiro, mataría a su hijo.
La plaza estaba llena a rebosar. El Gobernador, con sus capitanes y la gente de la ciudad miraba, con alevoso regocijo, la escena. Inflingiría un gran dolor a su rival. Llegó el momento. Apareció Guillermo Tell, con su arco y dos flechas en la aljaba. Se hizo un silencio expectante. Sonó un cuerno de caza y, Tell, asentó sus pies firmemente en la tierra. Sacó una flecha y la puso en la ballesta. Tensó el arco. La gente, anhelante, aguantaba la respiración. Un chasquido y la flecha salió rauda y segura hasta atravesar la manzana que quedó clavada en el poste. La gente exclamó con un oh grandioso, mientras el Conde, humillado, le quemaban las entrañas. Ladino, se acercó a Tell y le preguntó por qué llevaba otra flecha de repuesto. Guillermo Tell, mirándole fijamente a los ojos, exclamó: “Porque si con la primera flecha hubiera matado a mi hijo, con esa, sin que temblara mi pulso, hubiera ido certeramente al corazón del Conde”
Un hombre cabal, de una pieza y no una caricatura de hombre taimado, astuto, malicioso y pérfido.

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