jueves, 25 de agosto de 2011

El "loquito" que llegó lejos

Todas las noches de claro de luna, un hombre salía de su casa y se subía a un pequeño cerro que allí estaba muy cerca del pueblo en el que vivía. Los niños del pueblo, al verlo pasar, le gritaban: “lo-qui-to, lo-qui-to, lo-qui-to…” El les sonreía con su boca anchota de labios caídos. Noche tras noche, subía al cerro y con los guijarros que había amontonado a su alrededor y las lanzaba con fuerza contra la luna llena que, impertérrita, le sonreía en su claridad y las estrellas le guiñaban el ojo, con pillería. Esto exasperaba más al “loquito” quien, con más furia y coraje, proseguía lanzándole piedras. La gente se reía del pobre loquito. Pero a él nada le importaba lo que dijeran. Quería  tocar la luna a toda costa. Día a día se esforzaba  con todas sus fuerzas para alcanzarla y “quebrarla” de una pedrada. Inútil. Pero era tanto su afán que si bien no tocó nunca la luna llegó lejísimos cada vez que lanzaba el canto rodado.

Pasaron los días y llegó la Fiesta del Aniversario del Pueblo. Entre los diversos actos festivos había uno que consistía en quién de los jóvenes allí reunidos, tiraba la piedra lo más lejos posible. Se había reunido un gran gentío. La expectativa era muy grande. Se hacían apuestas entre los amigos señalando al probable ganador. Una docena de jóvenes esperaban la señal para arrojar la piedra.  Se permitían tres intentos. En esto llegó el “loquito” y se colocó en la fila. Sólo llevaba una sola piedra. La gente sonreía. Se dio la señal y uno tras otro lanzaban por tres veces consecutivas las piedras. Muchos de los jóvenes llegaban lejos ante la admiración de la gente. Tocó el turno al “loquito”. Se hizo el silencio. Y lanzó la piedra. Iba rauda, sobrepasando por mucho los hitos que habían alcanzado  los demás competidores. Al fin cayó en el suelo. Un ¡Oh! rotundo salió de todas las gargantas. Había superado el doble del que había logrado la mayor distancia.
Se consiguen las metas proyectadas con tesón, energía y constancia superándose día a día más y más. El río a pesar de las piedras que aparentemente impiden el descenso del agua, son medios que favorecen su curso. De no ser por ellas, se estancaría y nunca llegaría al lago o al mar.

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