El
bastón del caminante
Al atardecer, cuando el sol al caer detrás de las montañas,
pinta todavía las nubes de colores violáceos, rojos y blancos, caminaba
presuroso un hombre ayudándose de un bastón. Le esperaba su familia. Pronto el cielo
se oscureció y la tierra quedó oscura y negra como boca de lobo. No se veía
nada. Esto le preocupaba. Se echaba la culpa por haber salido tarde y no traer
una linterna de mano.
Apuraba el paso con firmeza y con el bastón se apoyaba en
las piedras y asperezas fragosas del camino que estrecho y supino zigzagueaba
por la ladera del cerro. Faltaba un buen trecho: subir hasta la cumbre, caminar
por la puna y, finalmente, descender hacia el valle donde estaba su casa y su
familia. Con el bastón palpaba los escollos, depresiones y piedras del estrecho
y casi oscuro sendero. Cuando casi llegaba a la cima, al dar un paso y palpar
con el bastón el terreno… ¡no tocaba suelo! Se quedó paralizado, estático,
inmóvil, tembloroso, lleno de miedo. Lentamente intentó palpar por donde conducía
el sendero. Apaciblemente palpó a su lado izquierdo…nada. A su derecha…nada.
Detrás… nada, ¡Nada!, ¡NADA!. ¡Dios santo, ¡Nooooo! Al dar el paso adelante y
al no encontrar camino ¡me he subido sobre una roca con un precipicio alrededor!
Le vino un escalofrío de terror: El miedo lo tenía atenazado. Estaba en un gran
peligro. Un sudor frío recorrió su cuerpo…empezaron a flaquearle las piernas… temblaban
sus manos… Se sentó en cuclillas, aterrado. Esperaría ahí, sentado, hecho un
ovillo, sin dormirse, hasta que amaneciera. ¡Oh Dios, oh Dios!, exclamó entre
sollozos. Pasó la noche temblando de frío, con angustia, esforzándose en no
dormirse. Se le cerraban los párpados… le vencía el sueño…la cabeza se caía desplomaba
con tenues y repetidas sacudidas… La noche
fue larga, espantosa y fría. Cuando asomaron las primeras luces del amanecer y
Venus, la estrella matutina, titilaba en el cielo grisáceo miró a su alrededor
anhelante. ¿Qué? Pero, ¿qué pasaba? ¿Dónde se encontraba? No había ningún precipicio
alrededor. Todo era plano y el camino se le ofrecía sonriente, abierto y
seguro. Se levantó aún entumecido. En el suelo estaba el bastón roto en dos
pedazos. ¡Como iba a tocar suelo si estaba roto por la mitad!
¿Y la parábola? La fe
no es un estorbo ni noche oscura. La fe es el bastón, la verdad en la que nos
apoyamos para seguir por el camino recto, firme y seguro hacia la verdad, la
luz, la belleza y el amor. Sin fe, -quebrado nuestro espíritu- no hay camino.
Las tinieblas nos rodearán por todas partes. Y pueda que nos despeñemos. ¿De
acuerdo?
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